Abro el periódico y cada mañana el mundo se me presenta deconstruído en un extraño afán de lucha por la supremacía. Lo económico destroza los corazones de la gente que los mantiene con vida. A los que manejan esos delicados hilos, esa parte se les ha necrosado hace tiempo. Cada hoja supone un golpe, apenas por despiste algún suceso libera mi cabeza. Un par de hojas después todo vuelve a la realidad. Esa realidad que es, en el fondo, mentira. Esa mentira que nos cuentan y que al final escapa de todo lo que es simple, simplemente necesario, simplemente natural.
El mundo parece, si cabe, dividido en dos partes: los que han salvado la línea y aquellos que se han quedado por debajo de ella. Los primeros sufren para mantener un ritmo que no les corresponde, no les aporta, no les conviene, y lo peor de todo… no les hace felices. A los demás simplemente no les queda nada, nada que perder, nada a que aspirar.
Los primeros vivirán entre viajes relámpago, colgados en las agujas de un reloj, muchos incluso en el segundero. Serán esclavos de una vida que -sin saber muy bien porqué- es la que tienen. Serán velocistas de lo absurdo. Jamás conocerán sus metas, sus aspiraciones, sencillamente porque nada de lo que hacen tendrá nunca un final.
A los que no llegaron a tiempo, no supieron o no pudieron «cruzar» al país de los «elegidos» no les quedará nada más que volver a la tierra, a trabajar para comer, a comer para vivir, y a vivir para darle un sentido a cada día. No existirá el tiempo, tan solo un bello sol y una compañera luna. Ahí empezó todo. Ahí posiblemente esté todo.
Algún día, quién sabe, los que no pudieron coger aquel tren de esperanza, serán los afortunados. Tal vez el olvido del poder del imperio, lejos de obligaciones abusivas, de chantajes ocultos, de razones incongruentes, será ese día lo añorado por todos aquellos a los que este mundo nos ha arrastrado como un huracán.
Siempre, cada mañana, abro el periódico y un cuento extraordinario se me viene a la cabeza seguido de una pregunta: Para qué?
“Un hombre rico, empresario, bien vestido, ropas caras y talante derrochador, iba paseando por el puerto, cuando se encuentra con un modesto pescador. El pescador trabajaba en sus redes y en su pequeña barca, y tenía un cubo lleno de un montón de peces recién pescados. El rico empresario le preguntó:
– Óigame, ¡usted tiene mucha maña! ¡Parece un pescador muy bueno! Usted sólo y con esta pequeña barca ha pescado muchos peces. ¿Cuánto tiempo dedica a la pesca?
El pescador respondió:
– Pues mire usted, yo la verdad es que nunca me levanto antes de las 8:30. Desayuno con mis hijos y mi mujer, acompaño a mi familia al cole y al trabajo, luego voy tranquilamente leyendo el periódico hasta el puerto, donde cojo mi barca para ir a pescar. Estoy una hora u hora y media, como mucho, y vuelvo con los peces que necesito, ni más ni menos. Luego, voy a preparar la comida a casa, y paso la tarde tranquilo, hasta que vienen mis hijos y mi mujer y disfrutamos haciendo juntos los deberes, paseando, jugando. Algunas tardes las paso con mis amigos tocando la guitarra.
– ¿Entonces me dice que en sólo una hora ha pescado todos estos peces? ¡Entonces usted es un pescador extraordinario! ¿Ha pensado en dedicar más horas al día a la pesca?
– ¿Para qué?
– Pues porque si invierte más tiempo en pescar, 8 horas, por ejemplo, usted tendría 8 veces más capturas, y ¡así más dinero!
– ¿Para qué?
– Pues con más dinero usted podría reinvertir en una barca más grande, o incluso contratar a pescadores para que salgan a faenar con usted, y así tener más capturas.
– ¿Para qué?
– Pues con este incremento de facturación, ¡su beneficio neto sería seguro envidiable! Su cash flow sería el propicio para llegar a tener una pequeña flota de barcos, y así, hacer crecer una empresa de pesqueros que le harían a usted muy muy rico.
– ¿Para qué?
– ¿Pero no lo entiende? Con este gran imperio de pesca, usted sólo se tendría que preocupar de gestionarlo todo. Usted tendría todo el tiempo del mundo, para hacer lo que le venga en gana. No tendría que madrugar nunca más, podría desayunar cada día con su familia, podría acompañar a los niños al cole, jugar con ellos por la tarde, tocar la guitarra con sus amigos…”
Es complicado entender que sin nada tendríamos más. Tal vez simplemente sea un sueño. Tal vez sea un idealista. De todos modos, no es preocupante. Un periódico, cada mañana, se encarga de despertarme y mantenerme en «el mundo». Menos mal… o no!
Estoy seguro de que el tiempo no existe, tan solo un bello sol y una compañera luna. Ahí empezó todo. Ahí posiblemente esté todo…