Comía rodeado de amigos y mi ángel de la guarda. El tuyo te había abandonado horas atrás. Aquella voz cercana y triste, fría como la nieve, nieves que suenan a miedo… me daba la noticia. Sus palabras sonaron como un impacto en mi pecho, como una flecha que me atravesaba y apenas dejaba sangre, solo dolor… Te habías ido, de una forma brutal, de un modo que un profesional como tú jamás habría imaginado, con el albor de un día frío y lluvioso, como un ángel… ése que esa noche te abandonó a ti abandonándonos a todos…
Desde aquel día, David, yo no he vuelto a ser el mismo, apenas comienzo de nuevo ahora. Los acontecimientos en mi vida iban sucediéndose con muy poca benevolencia y elevadas dosis de hipocresía, todo lo que me rodeaba había dejado de fluir, de suceder como suceden las cosas buenas de la vida: porque sí, sin más… Todo me parecía un tenebroso guión al que debía poner fin lo antes posible, todo era una trama digna del mejor Thriller. Cada cosa que sucedía me armaba de fuerza pero minaba mi espíritu, apagaba mi llama, dormía al fuego, agitaba el alma… Todo era lo peor que había vivido, hasta ese domingo… ese fatídico domingo 9 de febrero de 2014.
El mundo se paró con aquella voz amiga, todo dejó de tener importancia, tu ausencia repentina relativizó todo, y me recordó que -años atrás- había prometido aprender de ello. Nunca se prepara uno para días así, y nunca hay suficiente entrenamiento para la mente ante situaciones de excepción.
Desde ese día David, yo no he vuelto a ser el mismo, pero tampoco nada ha vuelto a ser igual. Tú ausencia ha sido mi gran lección. Serás insustituible para todos. Sigo viendo la tristeza en los ojos de los que más compartieron contigo. Sigues en el corazón de los que te disfrutamos menos. Sigo anhelando el día en que pueda ver a tu padre sonreir de nuevo. Sigo pensando que… aquel día, algo cambió. Jamás podré agradecerte tu amor por el pueblo, tus paradas para preguntar con ese inolvidable «Qué tal?», con esa voz y esa sonrisa inconfundibles.
Desde que te fuiste, yo no he vuelto a ser el mismo, y el único consuelo que me queda es que, en mi vida, afortunadamente… nada ha vuelto a ser igual. Nunca podré pagarte esa lección…
Siempre en mi recuerdo… David.
Deja un comentario